APUNTES SOBRE POESÍA
 
El poeta y el espíritu de la época.
 
   ¿Tiene acaso la época su propio espíritu, es decir, sus manifestaciones, su lenguaje, sus propios tópicos, su expresión poética? Pienso que sí y pienso también que debajo de esas manifestaciones prevalece lo sagrado de la historia enviando sus señales. ¿Qué es lo sagrado de la historia? Aquello que prevalece, que persiste en el transcurrir de los hechos del ser humano en el tiempo.
 
En medio de las primeras décadas del siglo xxi, el espíritu de la época, una abundancia de sobreinformación que es abrumadora. Los cimientos que otrora dieran paso a la construcción de una cultura, de una ecúmene cultural occidental (es el caso que me ocupa), de una idea trascendente de la vida, parecieran hoy estar quebrándose y dando lugar así a sacudones (¿existenciales?) en el ámbito de lo político, lo social, en el arte, en la educación, en las familias, en los vínculos y relaciones humanas. ¿Podemos hablar aquí de una decadencia en los quehaceres del ser humano? Que cada quien se responda sin autoengaño esta pregunta desde sus más profundas apreciaciones.
 
En la poesía, el espíritu de la época, también hace lo suyo. Asistimos a la producción y difusión, en parte, claro, de una poesía anecdótica, crónica diaria de los deseos y fracasos de un Yo. Una poesía que no busca nada esencial. En un tiempo sin asidero, de imágenes fugaces y vertiginosas, de vínculos efímeros y superficiales. ¿Adónde recurrir? ¿Adónde recurrir en la poesía?
Creo distinguir dos modos de tratar, en poesía, frente al espíritu de la época. Uno es entregándose sin más a él, y, entonces, escribir poesía como se escribe una lista para el supermercado, o una mera comunicación de anécdotas sin la menor relación con algo esencial y donde la palabra es un mero vehículo de expresión para dar cuenta de los deseos, emociones y sentimientos propios; o, en cambio, un modo de decir que busca lo esencial en la palabra, que se inclina hacia lo sagrado; no como un acto de mera conservación, mas sí escribir la palabra  con cierta certeza de una resonancia que perdura tras los siglos y que sigue siendo, la palabra, el vehículo del que dispone el ser humano frente al asombro de la vida y su fugacidad, frente al mundo y sus manifestaciones, frente a lo esencial y que es lo vincular, el vínculo del ser humano con la vida y que deviene en algo que la época busca aniquilar y que es un sentido de trascendencia. De esto la poesía, nuestra tradición poética, tiene mucho que decir. Esta otra postura frente al espíritu de la época, frente al embate del neopositivismo imperante, es una postura de resistencia y que, insisto, no es una mera postura romántica de resistencia en la que pueda observarse en ella el barniz de una idea conservadora sin más porque entiendo tanto al progresismo y al conservadurismo como dos caras de la misma moneda, ambos disputan espacios de poder en el plano existencial espiritual de la vida. Resistencia sí frente a la imposición de llevar y hacer parecer la vida de los seres humanos y sus expresiones, en este caso poéticas, a un mero plano horizontal de inmanencia, desplazando así el eje vertical de trascendencia, que ha sido desde antiguo, la expresión de nuestra marcha por el mundo, instalándose de esta forma el predominio de un sentido inmanente de la vida enfocado a su mero tránsito biológico por el mundo y no más.
 
Voy a citar un fragmento del prólogo que escribiera, Mariano Pérez Carrasco en su libro La palabra deseada y que, entiendo, apuntala un poco la idea que trato de esbozar. Dice así: “En sí mismos, un texto, un poema, una obra de arte, no tienen más que un interés secundario: son el vehículo –la simbolización- de una experiencia. Nos interesa conservarlos porque en ellos se atesora una experiencia que de otro modo se perdería. Nada nos queda de Dante más que estas palabras escritas; nada de Miguel Ángel, más que ese mármol. En el mármol y en las palabras, Miguel Ángel y Dante supieron legarnos una experiencia en sí misma intransmisible, pero que nosotros, a partir de esas huellas, esos índices que son sus obras, podemos recrear, de un modo siempre único e irreemplazable”.
 
Para que una obra de arte, un poema, la obra completa de un poeta sean la simbolización de una experiencia (el paso de su propia vida en su tiempo) ha de estar presente, como un magma, el plano vertical de trascendencia de la vida, de nuestro paso por el mundo, de lo contrario, será siempre una cáscara vacía que apenas resuena sin brindar fruto alguno al futuro.
 
¿Es la poesía, frente al espíritu inmanente de la época, digo, es, en su palabra esencial, en su diálogo con el silencio, la posibilidad donde el alma adquiere la fuerza para penetrar en la belleza, en la verdad?
Belleza: aquello que tiene esplendor de verdad y por eso es bello.
¿Qué poesía? ¿Acaso no ha sido desde tiempo inmemorial, la poesía, también, un diálogo con lo infinito en el silencio de la plegaria? ¿No ha sido así en su más tierno inicio, un canto, una plegaria? ¿Resuenan esos ecos en este tiempo hoy? ¿Dónde hoy ese espíritu contemplativo frente a la idea de eficiencia y producción y juegos de poder que nos presenta la vida sin más, el espíritu de la época?
 
Se me podrá objetar de remanida la idea de inclinarse a “aquellas luces” (diálogo con lo infinito en el silencio de la plegaria) y que se hace, y es así, muy buena poesía sin referir a lo sagrado. Y es entonces que me pregunto: ¿no es acaso el acto poético hacer “algo más” con el lenguaje, disponer a decir a las palabras un tanto más allá del mero lenguaje comunicativo?
 
El poeta trata con el lenguaje, este tratar con el lenguaje tiene su historia y su tradición. ¿Son bloques de tiempo petrificados a los que debemos recurrir una y otra vez a rendir tributo de manera mecánica sin más? Entiendo que no, que no es así, al menos no es mi idea, aunque tampoco concuerdo, con lo que entiendo, propone el espíritu de la época, que es anular toda tradición, ir a la poesía como si ella misma existiera no más que a partir del día en que nacimos al mundo.
 
Y por detrás de la historia del ser humano y su trato con el lenguaje y más allá de la tradición, está, subyacente, a mi modo, siempre a mi modo de ver, en el hacer poético genuino, está aquel asombro primigenio del hombre frente al mundo, frente a las manifestaciones de la vida en el mundo, frente a la fugacidad de la existencia, frente al amor y a la muerte. Es ese asombro primordial que da paso al diálogo con lo infinito en el silencio de la plegaria, es en sí, un sentido de trascendencia puesto en palabras, y es esto lo que entiendo, que el espíritu de la época (impuesto desde los lugares de poder y toma de decisiones a nivel político, social y cultural) busca anular o cuanto menos desplazar. No hablo aquí de estilos o modos de decir en poesía, y, mucho menos, sobre el tratamiento de lo anecdótico en la poesía, no es esa aquí mi disquisición; es, frente a la anulación del sentido de trascendencia en la vida moderna en todas sus múltiples expresiones y en el caso de la poesía, del quehacer poético, es que entiendo que la época nos propone un “decir” en poesía, digamos así, meramente comunicativo sobre aquello que “afecta” al poeta, acontecimientos de su vida que luego de los fuegos de artificio de las palabras en el poema no queda nada resonando, el silencio al final del poema embebido en el espíritu de la época, no resuena, no hay lugar para la imaginación del lector frente a esta poesía. Pareciera, frente a esta poesía, que la época impulsa una mera exaltación de los acontecimientos de un Yo en el poema, y no puedo dejar de ver aquí el obrar permanente de un sentido de inmanencia, el paso de la vida sin más que propone la época.
 
Menciona, Pérez Carrasco, en el prólogo de su libro La palabra deseada, ya mencionado aquí, la siguiente cita de Joseph Brodsky de su libro sobre Viena que dice así: “Porque nosotros pasamos, y la belleza queda. Porque nosotros estamos dirigidos hacia el futuro, mientras que la belleza es el eterno presente. La lágrima es un intento de permanecer, de regresar, de fundirse con la ciudad. Pero eso va contra las reglas. La lágrima es una regresión, un tributo del futuro al pasado. O bien, es aquello que queda al sustraer algo superior a algo inferior: la belleza al hombre. Lo mismo vale para el amor, porque también el amor es superior, también él es más grande que quien ama”.
 
Esta idea de trascendencia del amor es análoga en poesía. Tiene la poesía, así lo entiendo, la fuerza de religarnos con lo absoluto (más allá de formas y estilos), y, entiendo así, su fuerza y su impulso primordial. Escribir poesía hoy con esa certeza es detenerse firme frente a lo vertiginoso del espíritu de la época (siglo xxi), un ancla frente al vendaval de estímulos, un religarse en sí mismo en el silencio a dar con algo esencial en la palabra, un sentido de trascendencia en el obrar poético frente a la inmanencia, que en este campo, también, ofrece el espíritu de la época.  
 
  

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